El anciano


Retrato de Francisco de Miranda realizado por el pintor anglo-venezolano Lewis Adams en 1844, a casi 30 años de su fallecimiento. El original se encuentra en el Palacio Municipal de Caracas.

Imagen: Wikipedia

La declaración de independencia conlleva grandes retos para los pobladores de la Confederación de Venezuela. El rompimiento con España trae consigo la ruptura con el único ordenamiento político y social universalmente reconocido hasta entonces, y el cese de instituciones y mecanismos de coerción que por largo tiempo han permitido mantener en pie un sistema fundamentado en la desigualdad y el autoritarismo.


Con grados variantes de conciencia al respecto, los delegados al Congreso se ven enfrentados al cisma consecuente que existe entre el discurso político imbuido de ideas de la Ilustración que ellos emiten y la mentalidad construida sobre la base de una desigualdad explícita que impera tanto en ellos como en el pueblo o sociedad en cuyo nombre pretenden ahora legislar. La simple noción de pueblo como concepto asimilable al de nación, un ente colectivo con derechos inalienables de autodeterminación y diferenciación, es algo novísimo en tierras americanas como lo es aún en muchos otros lugares; son ideas que cada cual interpreta según puede, y que no son comprendidas de manera general en un contexto permeado de prejuicios y tensiones sociales como lo es el de la Venezuela del momento. No es casualidad que muchos de los legisladores criollos de 1811 perciban la independencia únicamente como su oportunidad de acceder finalmente al poder político ya que, como observa Juan Germán Roscio, "trabajan como aprendices [...] porque son rarísimos los que pudieron adquirir alguna ilustración sobre los derechos de los hombres y de los pueblos antes del 19 de abril [1]Citado por Tomás Polanco Alcántara en Francisco de Miranda, ¿Ulises, Don Juan o Don Quijote?, 2da edición, p. 314, Ediciones Vencemos, Caracas, 1997."


Así, el entusiasmo real por el nacimiento de la nueva república que se manifiesta en un primer momento -"no hay poder sobre la tierra que sea capaz de contener la serie de estos acontecimientos," escribe Roscio- se estrella pronto contra el muro de prejuicios y desconfianza que forma parte de la herencia de 300 años de historia colonial. ¿Cómo generar entendimiento entre quienes hasta hace poco han coexistido en relaciones de jerarquía bajo un régimen de privilegios y desigualdad, no sólo en lo referente a la conducción de los asuntos públicos, sino en todos los aspectos de la vida en sociedad?


Estas consideraciones frecuentemente escapan a quienes "como aprendices" han declarado la independencia y trabajan en la redacción de la primera constitución venezolana, que será aprobada en diciembre de 1811 con reservas explícitas de Miranda.


Francisco Rodríguez del Toro

Francisco Rodríguez del Toro e Ibarra,
4to marqués del Toro

Entre julio y agosto de 1811 este último está ocupado en apaciguar la rebelión anti-independentista que tiene lugar en Valencia y varias otras poblaciones del actual Estado Carabobo, a unos 130 kilómetros al oeste de Caracas. La escasa consideración de que goza entre sus colegas legisladores está probablemente detrás de la decisión del Congreso de otorgar inicialmente el mando de esa misión a un miembro de la aristocracia local -Francisco Rodríguez del Toro, marqués del Toro, pariente político de Simón Bolívar- cuya experiencia militar es muy inferior a la suya. Sólo al fracasar Toro se le confía a Miranda la misión, la cual el "anciano", como en algún momento lo designa Roscio, cumple "con el vigor de la disciplina militar" en un tiempo relativamente breve, pero a un costo en vidas humanas que va de 350 a 800 muertos, según diversas estimaciones. Tanto el marqués como su hermano, Fernando Rodríguez del Toro, sirven a las órdenes de Miranda en esa acción, como también lo hacen Simón Bolívar y el futuro Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, entonces de tan sólo 16 años de edad.


El éxito militar no es suficiente, sin embargo, para que los legisladores caraqueños le presten oídos en asuntos que después resultarán fatales: tras entrar triunfante en Valencia el 13 de agosto, Miranda pide permiso nueve días más tarde para seguir en campaña hacia Coro y Maracaibo con el fin de eliminar la amenaza que ambos bastiones anti-independentistas representan para la muy frágil república. En lugar de recibir la autorización solicitada, lo que se le envía el 31 de ese mes es la exigencia de trasladarse a Caracas para justificarse acerca de supuestos abusos cometidos contra varias personas notables durante la toma de Valencia.


Miranda saldrá exonerado de estas acusaciones, pero el tiempo que el Congreso de Venezuela se permite atenderlas es un indicador probable de la desorientación reinante en quienes legislan en un país neonato que ninguna potencia extranjera reconoce. El interesado cuenta con el apoyo del Ejecutivo, que califica las imputaciones como frívolas, pero ello no impide que sus colegas parlamentarios debatan sobre su conducta hasta mediados de octubre de 1811, seis semanas durante las cuales los congresistas discuten, entre muchas otras cosas, lo hecho o no hecho por Miranda sin tomar en cuenta que él es el único criollo capaz de dirigir el ejército [2]Quintero, Inés: El hijo de la panadera, Francisco de Miranda, p. 167, Editorial Alfa, Caracas, 2014, que la independencia, como tal, sólo existe en el papel y que muchos factores conspiran contra ella.


Vista de Valencia, por Bellermann

Valencia hacia 1843, óleo de Ferdinand Bellermann. La rebelión realista que se desata a menos de una semana de declararse la independencia en Caracas es inspirada por agentes enviados desde Puerto Rico por el delegado del Consejo de Regencia, Antonio Ignacio de Cortabarría. Sofocada por Miranda, es la primera batalla de importancia en la guerra de independencia de Venezuela y tiene un costo en vidas de 350 a 800 muertos según diversas estimaciones.

¿Juega un papel en estos hechos la animadversión que por motivos poco claros existe entre Miranda y el mencionado Marqués del Toro, quien antes de fracasar en Valencia había comandado, también sin éxito, un ataque sobre Coro en noviembre de 1810? Difícil saberlo. Lo que sí está claro es que Miranda no cuenta con el apoyo manifiesto del Congreso, que se muestra más bien dispuesto a darle peso a cuanta queja sobre él le es presentada por agraviados ciudadanos que nunca antes han vivido la feroz realidad de la guerra y desconocen todo lo referente a las prácticas que la rigen.


Sea como fuere, en octubre siguiente se retiran las tropas republicanas de Valencia sin ejercer mayor represalia en contra de los insurrectos, actitud "filantrópica" que será criticada por Bolívar en su Manifiesto de Cartagena tras la debacle. La ciudad es declarada capital federal de Venezuela, pero el Congreso no abrirá sesiones allí hasta el 23 de febrero de 1812.


Para ese entonces, los legisladores ya han adoptado en Caracas la primera Constitución de Venezuela, el 21 de diciembre de 1811. Al no estimar que el modelo altamente federalista refrendado se ajusta a las circunstancias culturales, sociales y, sobre todo, políticas del nuevo país, Miranda rubrica el documento con la condición de que sus reservas, que le granjean nuevas enemistades [3]Quintero, Inés: El hijo de la panadera, Francisco de Miranda, pp. 173-175, Editorial Alfa, Caracas, 2014, sean registradas por escrito. En ellas dice: "Considerando que en la presente Constitución los poderes no se hallan en un justo equilibrio, ni la estructura u organización general suficientemente sencilla y clara que pueda ser permanente, que por otra parte no está ajustada con la población, uso y costumbres de estos países, de que puede resultar que, en lugar de reunirnos en una masa general o cuerpo social, nos divida y separe en perjuicio de la seguridad común y de nuestra independencia, pongo estos reparos en cumplimiento de mi deber [4]Citado por Tomás Polanco Alcántara en Francisco de Miranda, ¿Ulises, Don Juan o Don Quijote?, 2da edición, p. 310, Ediciones Vencemos, Caracas, 1997."


El documento, que se inspira en buena medida en el modelo estadounidense, contempla, entre otras cosas, un estado federal, la abolición de los títulos nobiliarios y la igualdad de las diversas castas que conforman la sociedad, con la excepción de la de los esclavos, que lo siguen siendo aunque su comercio es suprimido.


Un mes y medio más tarde, el 6 de febrero de 1812, el Congreso abole en todo el territorio republicano al Tribunal de la Inquisición. Quizás por su insatisfacción ante la hostilidad que le tiene el poder legislativo y el modelo de constitución adoptado, Miranda no asiste a las sesiones para aprobar la nueva ley que desarticula en Venezuela la institución de la cual había sido víctima 30 años atrás.[5]Parra-Pérez, Caracciolo, Historia de la Primera República de Venezuela, p. 242, Tomo II, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1959