La capitulación toma por sorpresa a muchos de quienes en esos días difíciles de julio de 1812 luchan por salvar la Confederación de Venezuela. La difícil decisión, tomada por Miranda y sus consejeros bajo la presión de eventos que desde adentro y afuera del territorio republicano hacen ver la independencia como una opción cada vez menos viable, es recibida por cada quien y comprendida o no a la luz de realidades locales diversas que no necesariamente coinciden con su razonamiento.
La altiva imagen de Miranda inmortalizada por el pintor venezolano Arturo Michelena en su cuadro de 1898 Miranda en la Carraca contrasta con la descripción, no necesariamente fidedigna, hecha cincuenta años más tarde por un compañero de prisión, el guayaquileño Manuel Sauri, según el resumen ofrecido en su tiempo por el historiador Ricardo Becerra: "hondas arrugas surcaban su frente en todas direcciones, tenía la barba y los cabellos completamente canos, las sienes deprimidas, los pómulos salientes, la mirada indecisa y sin brillo, los labios apretados como los de una herida cuyo daño es todo interior; el paso difícil y tardío y su cuerpo mismo, antes tan erecto y arrogante, principiaba a inclinarse hacia la tierra."
Si bien Miranda considera la guerra como perdida a corto plazo, ésta no es la percepción de oficiales republicanos que no han participado en las deliberaciones y no están en situación de informarse o ser informados sobre el conjunto de razones que han llevado al generalísimo a proponer un armisticio ante un ejército realista que ellos consideran inferior en número. La natural frustración de estos oficiales está casi ciertamente ligada a una percepción local de los eventos en marcha que no puede compararse a la visión de conjunto que se le ofrece a Miranda, quien continuamente ha recibido informes sobre el calamitoso estado de la Confederación durante las semanas previas a la decisión de capitular. Es con toda probabilidad a la luz de ese entendimiento limitado de la situación que uno de esos oficiales, el coronel e inspector general del Ejército Juan Pablo Ayala, le envía una carta el 27 de julio de 1812 en la cual le expresa el rechazo de "todos los jefes del ejército [1]Carbonell, José Antonio: Cronología de Francisco de Miranda, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1969" a esa decisión.
Según al menos un observador, el entonces coronel José de Austria, la mala comprensión de sus oficiales obedece también a la reticencia de Miranda a discutir con sus subordinados militares sus planes e intenciones. Esta incomunicación no parece diferente a la observada en él en algunos períodos críticos durante la expedición del Leander y probablemente obedece al simple hecho de que cree haber tomado todas las decisiones que puede tomar en un contexto desesperado y calamitoso. En el momento de la sublevación de los esclavos, "bien pocos eran los amigos que para entonces conservaba el general Miranda y muy frecuentes las contradicciones y menosprecio de su autoridad. También es cierto que nadie concebía cuáles fueran sus esperanzas, cuáles sus combinaciones, cuál, por último, su resolución para disipar aquélla acumulación de males que pesaba sobre la mísera Venezuela. Todo era incierto y problemático; el peligro era grande e inminente, y un oscuro e impenetrable misterio nada dejaba percibir [2]Austria, José de: Bosquejo de Historia Militar de Venezuela, p. 330-331, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1960."
Ese 27 de julio, el generalísimo se encuentra en Caracas, donde informa al Ayuntamiento sobre la decisión tomada y la necesidad de cesar las hostilidades y aceptar la autoridad de Monteverde. Miranda prepara su salida de Venezuela y ha delegado en su amigo y secretario, el francés Antoine Leleux, la responsabilidad de conducir sus documentos personales a La Guaira, de donde espera embarcarse hacia el extranjero.
El viejo camino colonial que conduce desde Caracas al puerto de La Guaira, según un óleo del pintor alemán Ferdinand Bellermann de 1842. Fue escenario de la llegada de Miranda a su ciudad natal en diciembre de 1810 y dos años más tarde de la marcha forzada de los partidarios de la independencia hechos presos por Monteverde en violación de la capitulación firmada en julio de 1812. "Todas estas víctimas fueron conducidas al puerto de La Guaira: unos, montados en bestias de carga con albarda, atados de pies y manos; otros, arrastrados a pie, y todos amenazados, ultrajados y expuestos a las vejaciones de los que los escoltaban, privados hasta de ejercer en el tránsito las funciones de la naturaleza..." (Miranda, Memorial del 8 de marzo de 1813)
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Su decisión de abandonar Venezuela le vale numerosas recriminaciones de parte de quienes objetan la capitulación como injustificada. Estas, no obstante, obvian el hecho de que, aun cuando el acuerdo firmado por Monteverde ofrece garantías sobre las vidas y propiedades de los partidarios de la independencia y les permite emigrar al extranjero si lo desean, no existe en él ninguna provisión que otorgue específicamente a Miranda defensa alguna sobre los cargos que el Estado español ha acumulado en su contra a lo largo de 30 años. Si bien ha firmado la derrota en tanto que jefe de un Estado agonizante, este único hecho no le permite albergar esperanza alguna de recibir un trato justo, o cuando menos un trato que no incluya años de presidio o una condena aún peor por hechos tales como su fracasado intento sedicioso de 1806 (ver Leander). Al no ser súbdito británico, francés o de cualquier potencia comparable a España, tampoco puede aspirar a resguardar su libertad o su vida a través de una eventual negociación de gobierno a gobierno. La única justicia con la que puede contar será la otorgada por el Consejo de Regencia que gobierna en Sevilla a nombre de Fernando VII y, a muy corto plazo, la de Monteverde.
Miranda deja Caracas en dirección a La Guaira hacia las tres de la tarde del 30 de julio, cuando el capitán español se halla a sólo 15 kilómetros de la ciudad. No queda registro de que supiese en ese momento que Monteverde no está cumpliendo con lo pactado y ninguna de las personas de confianza con las que conversará al llegar al puerto cuatro o cinco horas más tarde reportará haber escuchado de él preocupación alguna en ese sentido. Por el contrario, en la mañana de ese día, Henry Haynes, capitán de la fragata británica Sapphire, donde sus baúles han sido embarcados, recibe de su parte una carta en la que señala que la capitulación está siendo “hasta los momentos” respetada [3]Carta de Miranda al capitán Haynes del 29 de julio de 1812 publicada por Giovanni Meza Dorta en Miranda y Bolívar, Dos Visiones, 2da edición, pp. 200-203, bid & co. editor, Caracas; 2007.
La bandera tricolor republicana todavía ondea en ese último vestigio de la Confederación de Venezuela que es La Guaira. Una multitud de personas vinculadas al intento independentista espera nerviosamente el levantamiento de un embargo ordenado por Miranda en previsión de su propia salida del país; todas quieren embarcarse hacia el extranjero antes de que el puerto caiga en manos de Monteverde. El alivio es general cuando el generalísimo levanta la medida a su llegada, a alrededor de las ocho de la noche. Ése es su último acto de gobierno.
Los eventos de esa noche del 30 al 31 de julio de 1812, durante la cual un grupo de militares liderados por Simón Bolívar, Miguel Peña y Manuel María de las Casas arresta a Miranda por traición a escasas horas de que éste se embarque, subrayan la fractura que existe entre la realidad de un sistema en quiebra y el pensamiento desesperado de quienes se aferran a él.
Bolívar, como tantos otros, había querido embarcarse ese día para el extranjero y no lo había conseguido por el ya mencionado embargo. En secreto y sin esperar la llegada de Miranda al puerto, el futuro Libertador y los demás conjurados lo declaran responsable de la debacle republicana y consideran fusilarlo en castigo sin ningún tipo de proceso. Su actitud en apariencia impulsiva contrasta con la premeditación que se evidencia a través de las precauciones que toman para evitar una posible huída del generalísimo, precauciones que cubren aspectos tales como cambiar la guardia que vigila los alrededores de la casa de gobierno, decidir en qué habitación Miranda pasaría la noche, y alegar la ausencia de vientos favorables para evitar que éste se embarque cuando el capitán Haynes lo conmina a hacerlo esa misma noche por su mayor seguridad, esto último mientras pasan la velada con él sin aparentemente hacerle reclamo alguno.
La arbitraria actuación de Bolívar, que es sólo coronel y a quien nadie ha conferido autoridad alguna sobre Miranda, no tendrá nunca una explicación satisfactoria pues él mismo se cuidará de hacer pública una versión personal de lo sucedido. Años después de su muerte en 1830, personas que le conocieron intentarán dar explicaciones diversas que no lograrán disipar la sombra de la doble injusticia que él y sus seguidores cometen no sólo en el apresamiento y la prisión de Miranda, sino también en la posterior difusión de la leyenda según la cual la Confederación se había perdido por su exclusiva responsabilidad, leyenda que persiste aún en nuestros días.
El puerto de La Guaira, arriba en foto de inicios del siglo XX, es
escenario de escenas terribles tras los terremotos del 26 de marzo
de 1812 y a la caída de la Confederación o Primera República de Venezuela.
Entre julio y diciembre de 1812, es el primer lugar de reclusión
de Miranda y cientos de otros altos personeros de la causa independentista.
Una de esas personas, el oficial Pedro Briceño Méndez, quien años más tarde será secretario privado de Bolívar y sobrino político del futuro Libertador, escribirá que entre las motivaciones de éste para arrestar a Miranda había estado, además de "vengar a la patria", el "vengarse él mismo del mal que se le hacía deteniéndole en el país para que fuese víctima de los enemigos," al no poder embarcarse [4]Austria, José de: Bosquejo de Historia Militar de Venezuela, p. 361, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1960.
Pedro Gual, quien no presencia el arresto pero trabajará con Bolívar como lo ha hecho con Miranda, escribirá muchos años más tarde que la captura de este último había sido sobre todo producto de una mala comunicación y que "una sola conversación habría bastado para disipar los pretextos erróneos con que se había hecho" [5]Polanco Alcántara, Tomás: Francisco de Miranda, ¿Ulises, Don Juan o Don Quijote ?, 2da edición, p. 322, Ediciones Vencemos, Caracas, 1997. Es posible que la mala comunicación jugase realmente un rol en el drama, pero es difícil imaginar que los conjurados ignorasen que Miranda había puesto fin al embargo esa misma noche delante de la muchedumbre, según consta en el informe del capitán Haynes a su oficial superior. Quizás sí desconocen que Miranda, según lo dicho por Haynes, calcula utilizar un bergantín, el Zeloso, para evacuar a sus seguidores y ha también previsto fondos con los que asegurar su subsistencia en el extranjero. Haynes mantendrá al Zeloso bajo su control como convenido con Miranda [6]Informe del capit´n Hayes a su superior, el vicealmirante Stirling, del 4 de agosto de 1812, publicado por Giovanni Meza Dorta en Miranda y Bolívar, Dos Visiones, 2da edición, pp. 200-203, bid & co. editor, Caracas; 2007 y lo conducirá hasta Curazao junto a la Sapphire.
De la narración que hará años después el oficial edecán del generalísimo, el futuro general Carlos Soublette, se destila que ni Bolívar ni ninguno de sus acompañantes busca aclarar la situación con él antes de apresarlo, y tampoco inquieren los conjurados acerca de la posibilidad de embarcarse con Miranda [7]Texto original del General Soublette citado por Alfonso Rumazo González en Francisco de Miranda, Protolíder de la independencia americana, p. 261, Intermedio Editores, Bogotá, 2006; si el rechazo a la capitulación es lo que verdaderamente les motiva, lo único que parecen desear es castigarle y ello sin reparar en que, mucho antes de su firma, el alcance de la autoridad y los medios del generalísimo se habían visto severamente reducidos por la acumulación de factores que iban en contra de una victoria militar y de la obtención de una paz civil duradera, lo que incluye la catastrófica pérdida del arsenal de Puerto Cabello en manos del propio Bolívar tan sólo un mes antes (ver La capitulación).
Varios de los conspiradores -José Mires, Ramón Aymerich, Tomás Montilla y Miguel Carabaño- habían estado al lado de Bolívar en esa dolorosa derrota, lo que ha llevado a algunos autores a pensar que el arresto de Miranda obedece a una necesidad personal o política de esas personas de hallar un responsable último de la pérdida de la República cuya supuesta y criminal culpabilidad hiciera aparecer como menor su propia responsabilidad en la debacle [8]Meza Dorta, Giovanni: Miranda y Bolívar, Dos Visiones, 2da edición, pp. 178-179, bid & co. editor, Caracas; 2007. Pero una explicación alternativa es que, tras haber sufrido en carne propia la traumatizante experiencia de seis días de bombardeos y hecho desesperados e infructuosos esfuerzos para recuperar la plaza -"no me obligue Ud. a verle la cara" le había escrito a Miranda un avergonzado Bolívar que se decía a sí mismo en un estado "alocado" [9]Meza Dorta, Giovanni: Miranda y Bolívar, Dos Visiones, 2da edición, pp. 136-137, bid & co. editor, Caracas; 2007-, los sobrevivientes de Puerto Cabello sopesan la capitulación, acordada a través de una simple negociación, como un gesto demasiado fácil que sólo puede ser realizado por un traidor.
Estas teorías no explican, sin embargo, las motivaciones de los otros conspiradores, aquéllos que no han estado en Puerto Cabello y que participan en el arresto por motivos personales que van desde la venganza de viejas rencillas con Miranda hasta el congraciarse con Monteverde. Uno de ellos es el comandante de armas de La Guaira, coronel Manuel María de las Casas, en cuya residencia Miranda se aloja al momento de su captura. Según el capitán Haynes, Casas había explorado la posibilidad de embarcarse hacia el extranjero en la Sapphire [10]Carta del capitán Haynes a De Las Casas del 31 de julio de 1812 publicada por Giovanni Meza Dorta en Miranda y Bolívar, Dos Visiones, 2da edición, pp. 198-199, bid & co. editor, Caracas; 2007, pero luego decide seguir las órdenes de cerrar el puerto que Monteverde le ha hecho llegar.
Simón Bolívar
Robert Steward,
Vizconde Castlereagh
Nicholas Vansittart
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Tras hacer encerrar a Miranda, Casas, que había servido lealmente a la República hasta ese día, arresta también a Bolívar y quienes le acompañan. Con característica vehemencia, el futuro Libertador escribirá al Congreso de Colombia en 1821 que había querido fusilarlo, pero que quienes estaban con él "no se atrevieron a acompañarme a castigar a aquel traidor." Será la única vez que Bolívar haga pública alusión a los sucesos de esa noche; no mencionará a Miranda ni ofrecerá detalles ni explicaciones sobre su actuación. Privadamente seguirá sosteniendo hasta el final de sus días que consideraba a éste como a un traidor [11]Meza Dorta, Giovanni: Miranda y Bolívar, Dos Visiones, 2da edición, p. 175, bid & co. editor, Caracas; 2007, pero ello no le impedirá referirse por escrito a Miranda como “el más ilustre colombiano” y preocuparse por la buena imagen que de él tuvieran los hijos de aquél, Leandro y Francisco, a quienes conocerá y tratará afectuosamente.
Monteverde escribirá al Consejo de Regencia que la captura de Miranda bien había valido el salvoconducto que permitirá a Bolívar embarcarse sin traba alguna rumbo a Curazao el 27 de agosto de 1812, pero no existe ningún indicio de que este último actuase siguiendo acuerdo alguno con el comandante español. Por el contrario, se conocen los nombres de al menos dos amigos realistas de Bolívar, Antonio Fernández de León y Francisco Iturbe, que lo protegerán e influirán sobre Monteverde para la obtención del documento [12]Briceño-Irragorry, Mario, Casa León y su tiempo, pp. 163-174, Editorial CEC S.A., Caracas, 2009 [13]Austria, José de: Bosquejo de Historia Militar de Venezuela, p. 361, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1960.
Con el control de la situación ahora en sus manos y contrariamente a lo pactado en la capitulación, el triunfante capitán canario establece un régimen de persecuciones y corrupción nunca antes visto en la vida de la colonia; más que restaurar la autoridad de la Corona, Monteverde instaurará la suya como primer caudillo y dictador de Venezuela, y actuará al margen de los principios legales que hasta entonces habían sustentado la administración del imperio español. No solamente hace uso de una justicia expeditiva y sin proceso en la que se permite todo tipo de vejámenes sobre los derrotados, sino también consiente que quienes le rodean establezcan un sistema de enriquecimiento criminal fundamentado en la extorsión a las familias involucradas en el intento republicano con la amenaza de la expropiación o la cárcel.
Miranda, por su parte, permanece preso en La Guaira entre agosto de 1812 y enero de 1813, cuando es trasladado a Puerto Cabello; un proceso en su contra ha sido abierto en noviembre de 1812 ante la restablecida Real Audiencia de Caracas. En La Guaira, sus condiciones de encierro, con cadenas y grillos, son extremadamente duras; en su lugar de encierro se respira "un aire mefítico que, extinguiendo la luz artificial, inficionaba la sangre" -irónico contraste con su propia sensibilidad acerca del tema penitenciario, aquélla que 25 años antes, a su paso por Dinamarca, le había hecho proponer reformas sanitarias a la Casa Real danesa para las cárceles de ese país.
En Puerto Cabello, Miranda recibe un trato mucho mejor de parte del comandante español de aquella plaza, Antonio de Mata Guzmán, quien obtiene para él la liberación de los grillos y le hace amueblar la celda con cama, mesa, silla y otros enseres. Desde allí, Miranda escribe el 8 de marzo de 1813 a la Real Audiencia de Caracas un elocuente memorial en el que exige que se respeten los derechos de personas inocentes que ha visto sucumbir innecesariamente y en condiciones de extrema crueldad, en contra de lo acordado en la capitulación y de lo prescrito por la nueva Constitución española de 1812. Este memorial y otro que envía el 18 de mayo siguiente son favorablemente acogidos por el regente interino de la Audiencia, José Francisco Heredia, quien insiste ante Monteverde para que se respete lo acordado, sin ser oído.
En Londres, Luis López Mendez, su secretario Thomas Molini, y otros amigos hacen peticiones ante Lord Castlereagh, nuevamente Ministro de Asuntos Exteriores de la Gran Bretaña, para que ésta interceda ante España a favor de Miranda y de todos aquéllos que han sido detenidos arbitrariamente por Monteverde. Castlereagh hace caso omiso de estas solicitudes.
En junio de 1813, su derrota en Maturín ante fuerzas republicanas lleva a Monteverde a ordenar la evacuación de Miranda a San Juan de Puerto Rico, donde, gracias al respeto que le tiene el gobernador de la isla, Salvador Meléndez Bruna, permanece detenido en condiciones similares a las de Puerto Cabello. Desde su celda en el castillo de San Felipe del Morro, escribe un nuevo memorial o representación exigiendo el cumplimiento de la capitulación al presidente de las Cortes de Cádiz, que han sucedido a la Regencia. En diciembre de ese año es remitido por petición propia a la Península, donde confía poder justificarse de sus actos ante los políticos liberales que dominan las Cortes. Su traslado no es anunciado y las autoridades de Cádiz están totalmente sorprendidas al enterarse de su llegada a ese puerto en el bergantín Alerta, el 5 de enero de 1814.
Fernando VII regresa a España de su exilio napoleónico en marzo siguiente, y el 4 de mayo anula la Constitución de Cádiz, instaurando nuevamente un gobierno absolutista; muchos miembros del gobierno liberal en el cual Miranda pone sus esperanzas serán arrestados. Consciente del descalabro político que acaba de producirse, Miranda resolverá escribirle al Rey dos meses más tarde, desde su celda en el penal de las Cuatro Torres del arsenal de La Carraca, defendiendo lo pactado en la capitulación y solicitando sea que se le ponga en libertad y se le permita trabajar por la reconciliación de los españoles de ambos lados del océano, sea que se le permita viajar a Rusia para terminar allí sus días. Del Rey no tendrá nunca respuesta, pero Miranda continuará apelando a todas las instancias posibles mientras la acusación o causa que legalmente debe constituírsele sigue pendiente por falta de los necesarios documentos; esa dificultad procesal impedirá que el juicio que reclama tenga alguna vez lugar [14]Francisco de Miranda, Prisión y muerte en La Carraca, Juan Torrejón Chaves, Juan Manuel García-Cubillana de la Cruz, Yolanda Muñoz Rey, Juan Antonio Lobato García - Ed. no venal, San Fernando (Cádiz); Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letrs y Artes, 2019, pp. 222-223.
Un de esas instancias es la que menciona en mayo de 1814 al escribirle a su concubina inglesa Sarah Andrews y manifestarle su "esperanza de que muy seguramente el gobierno inglés habrá de sacarme de estas dificultades." Miranda espera obtener la ayuda de sus amigos británicos y ya ha escrito secretamente pidiéndola al duque de Wellington y a Nicholas Vansittart, quien por esas fechas se prepara para asumir en Londres el influyente cargo de Canciller de la Hacienda. Las sensibilidades políticas de la alianza entre España y la Gran Bretaña contra Napoleón llevarán a que de ellos tampoco reciba respuesta, pero Vansittart y el fiel John Turnbull velarán por él hasta el final y actuarán sigilosamente a través del hijo de Turnbull, Peter, que es cónsul en Gibraltar, y del comandante de la flota británica fondeada allí, Charles Elphinstone Fleeming, para hacer su prisión más llevadera. Ellos le hacen llegar dinero, le obtienen un sirviente, y lo apoyan en la concepción de un plan de escape hacia Gibraltar que nunca se ejecutará [15]Pi Sunyer, Carlos, Miranda en La Carraca, Revista Venezolana de Cultura, pp. 70-96, Caracas, 1950.
Si bien a sus 65 años sus difíciles circunstancias personales le hacen desdecirse a veces de sus ardores independentistas, no pierde la vivacidad de espíritu que le caracteriza y demuestra todavía un cierto sentido del humor al referirse a la tentativa de fuga que por entonces contempla como "el viajecito que Ud. sabe" en carta a Peter Turnbull, el 18 de marzo de 1816. Firma esa carta bajo el nombre falso de José Amindra, un anagrama de su apellido.
Una semana más tarde y un día antes de cumplir 66 años, el 25 de marzo, sufre un aparente ataque de apoplegía y cae en cama; días antes había también tenido fiebre, quizás tifoidea [16]Francisco de Miranda, Prisión y muerte en La Carraca, Juan Torrejón Chaves, Juan Manuel García-Cubillana de la Cruz, Yolanda Muñoz Rey, Juan Antonio Lobato García - Ed. no venal, San Fernando (Cádiz); Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letrs y Artes, 2019, pp. 317. Su estado es tal que se le quitan los grillos que para ese momento llevaba nuevamente puestos en las muñecas. Convalece tres meses y medio durante los cuales cuatro juntas médicas coinciden en que no hay curación posible.
A la una y cinco de la madrugada del 14 de julio de 1816, Francisco de Miranda fallece en el hospital de La Carraca. El temor a que hubiera padecido alguna enfermedad contagiosa como la fiebre amarilla lleva a las autoridades del arsenal a deshacerse de sus restos y enseres de manera expeditiva, tal como el protocolo sanitario de la época lo exige [17]Francisco de Miranda, Prisión y muerte en La Carraca, Juan Torrejón Chaves, Juan Manuel García-Cubillana de la Cruz, Yolanda Muñoz Rey, Juan Antonio Lobato García - Ed. no venal, San Fernando (Cádiz); Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letrs y Artes, 2019, pp. 314-315. "No se me ha permitido por los curas y los frailes le haga exequias ningunas, de manera que en los términos que expiró, con colchón, sábanas y demás ropas de cama, lo agarraron y se lo llevaron para enterrarlo", escribe su sirviente Pedro José Morán a sus contactos ingleses [18]Becerra, Ricardo: Vida de Don Francisco de Miranda, Volumen II, p. 452, Editorial América, Madrid, 1918.